Miembros de A.LA.CÓ., señoras, Dominicos, señoritas, Laborales todos, que bonita ocasión para pasar un rato agradable, no quisiera yo empañarlo al contaros parte de mis sentimientos ocurridos durante aquellos seis años que duró mi estancia en la UNI, ante todo ¡Buenos días!
    Allá por  Mayo del 57, (madre mía si hace ya …), llego del colegio,  mi abuela me da una carta con matasellos de la Excma. Diputación, la abro, leo que me citan a un día determinado y una hora concreta para el examen de acceso a la Universidad Laboral, llegado éste voy con mi madre a la misma y ya hay en el patio varios chicos con su familia, al rato me llaman, un ujier  me hace pasar a una sala que tenía entre otras cosas, un pupitre, mesa y detrás de ella tres señores con aspecto grave, me supongo que me harían un examen escrito, no consigo recordar, lo que si es que uno de ellos me dice con voz pausada y grave ¿Sabe Ud. como se hace un disco microsurco? les di mi contestación, y al terminar me dijo otro mas grave aún, ¡Ya tendrá Ud. noticias nuestras, buenos días!.
    Efectivamente las tuve, el día 4 de Noviembre del mismo, Lunes, debería estar en Plaza Colon, para subir al autocar que me llevaría a las dependencias de la UNI.
    Alguno de vosotros habrá leído de mis sentimientos durante el tiempo que pasé por las dependencias de la “Laboral”, ahora los está poniendo A.LA.CÓ., en una pieza del puzzle, la dedicada a Córdoba y desde aquí le doy las gracias por hacerlo.
    Seis años, distantes en el tiempo, pero arraigados en mi corazón, porque sirvieron para hacer de mí una persona con unos principios que aun perduran y nunca, he desestimado la enseñanza recibida, es verdad que allí  tuvimos una disciplina tipo militar, muy severa, parece ser que en años sucesivos, se suavizase.
    Pues bien, aquí me tienen Uds. con 12 años, un niño, pantalón corto como muchos, bajándome frente a  un edificio grande le llamaban, “El Paraninfo”, miré hacia mi derecha y había otro con techo redondo, tres cruces encima, toda la pinta de una Iglesia, con una torre muy alta, pero que arriba no había nada, girando la cabeza,  un jardín y entre unos arbustos se apreciaba la silueta de un ciervo o algo así, aparece un cura de blanco (era la primera vez que los veía, aunque, no eran curas eran frailes, vulgarmente padres) el cual nos van llamando por nuestro nombre, nos destinan a varios grupos,  dándole uno propio, San Rafael, Luis de Góngora, Gran Capitán, a mi tocó San Rafael y siguiendo al cura que nos llevaba, bueno, padre, bajando unas escaleras pasamos por el lado de un sitio que tenía asientos de piedra, con un gran escenario al fondo, accedimos a un pasillo, éste parecía  interminable, a través de sus cristaleras  vimos un estanque que estaba en el centro,  allá al fondo un frontal con balcones y un mástil en forma de cruz, del que pendían tres banderas, el final de éste pasillo  era mi destino, luego nos fueron entrando en las diferentes clases, donde ya había chavales y así empezar nuestra educación, a éstas clases las denominaban aulas.
    Ya había entrado en un mundo nuevo para mi, en todas sus facetas, un niño al que de pronto se le viene encima todo su entorno, pero….,  había que empezar y así lo hicimos, quien no recuerda aquellos uniformes de granito gris, con elastiquillos blancos y azules, o viceversa, dos años duraron, la ropa de domingo, chaquetilla gris de punto y pantalón corto, una gabardina, que en su manga llevaba un escudo de latón serigrafiado,  aun lo conservo y a éste, en un par de ocasiones gracias a las nuevas tecnologías, lo he mandado a dar la vuelta por Internet pidiéndole a mis contactos que a su vez hagan lo mismo, que lo reenvíen para que llegue a todos los confines, cuando con éstos mantengo “correos” que digan de la “Laboral”, siempre en el asunto pongo ¡Hola Muchacho!, en recuerdo de aquella película que rodó la guapa Ana Mariscal y el feo Carlos Casaravilla.
    Un meyba azul, camiseta de tirantes  en tela de canutillo de algodón “roja” fíjate, ahora el color está de moda,  un chándal que fuese azul, gris o algo así y el albornoz blanco.
Mono azul para talleres, zapatos de domingo,  zapatillas para gimnasia “Tortola”, azules o negras ribeteadas de blanco igual que sus cordones, preciosas y buenísimas, botas de Segarra, que cuando fuimos a sótanos para que nos diesen el equipo, la persona que me las dio después de decirle mi número, me las plantó de uno mas chicas, gracias a esa persona, tengo mis dedos deformados, tiempos de no poder hablar, aunque le dije que aquel no era mi número, ¡calla, el siguiente!, todo éste  equipo que nos dieron superaba con creces lo previsible para  muchas familias.
    Ahora que os digo de la ropa, ¿Os acordáis de aquel uniforme que era azul, con chaquetilla tipo vaquera, con un escudo bordado en amarillo en el bolsillo izquierdo?, esa si que era chula, guapísima,  a las niñas les encantaba, volvían  la cabeza cuando pasabas entre las calles de la ciudad camino de casa.
    Pero aún hubo un tercer uniforme, digamos mas efectivo,  chaquetilla la del escudo bordado y pantalones aquellos primeros vaqueros que eran una delicia, los “Blue Colorado”, uniforme especial y perentorio de los laborales, algunos de ellos decían que lo suyo era se quedasen de pié por si solos al quitártelos, ello significaba que las perneras tenían que tener “agarre”,  pocos de ellos llevé a la “Laboral”, mis compañeros me los pedían, en mi barrio  todavía está la casa donde los vendían, alguien se puede acordar hasta de lo que costaban que podía ser 100 pesetas y como no, la corbata, pieza fundamental en la composición del uniforme, alguno habrá que por no llevarla, pasaría alguna incidencia. Su porte era bonito, rectos de pernera, tela que al lavarlo empezaban a esclarecerse, Blue Colorado, luego llegarían los Lewis y los  Twist, similares y de plástico negro que sudaba uno como un condenado, puñeteros,  no transpiraban.
    A Talleres Prevocacionales, pasillo de   columnas, largo, campo de futbol a la derecha, a la izquierda la vía, pasé mis tres primeros meses  al taller del Sr. Emo, profesor afable, con la sonrisa siempre a flor de piel,  aprendimos a montar un barco, en el cual se movía el capitán y un marinero,  rueda excéntrica  que hacía el movimiento y ¿aquel dinosaurio que abría la boca para coger al prehistórico que movía la lanza?, los cuadros pirograbados, al barniz o de colores, todo en tablero de Ocume, una Odisea el lograrlo, tres meses, con los pelos de la segueta (que partíamos a mogollón) algunos habilidosos hacían su arpa personal,  en una tabla,  ponían varios a distintas alturas y junto al compañero con su armónica, disfrutaban de sus conciertos.
Luego en los siguientes tres meses, Carpintería, muela de agua al principio de la nave, tornos madereros, bancos que tenía el tornillo de plancha de madera, y un cuadrado de apoyo que lo ponías a la  altura conveniente, para que aguantase el empuje al cepillar, algunas veces (las primeras por supuesto), cuando nos dieron aquel primer  tarugo que había que dejarlo a 300 x40x40, cogias el cepillo con la mano izquierda por delante, no te acordabas del entronque aquel y hala, uñas moradas y nudillos averiados, nuestro profesor, con su bigotito negro, guardapolvo gris,  nariz aguileña, pelo hacia atrás con fijador, el dedo corazón de la mano derecha cortado por la segunda falange, cuando le enseñábamos el palo, nos decía, “Un Sispito mas aquí”.
Pasamos otros noventa días en Ajuste, si le preguntásemos a nuestro nudillo del dedo índice de la mano izquierda, seguro que todavía recordará los golpes que se llevó del martillo,  tomábamos a éste por primera vez, teníamos que partir una pletina con cincel o buril, que previamente habíamos taladrado, (cuando curaban a algunos, casi se veía el hueso) ya la piedra de afilar había cambiado, el mazo, por éste martillo de acero, el tornillo, por otro en diferencia, que cuando abrías demasiado su mandíbula, salía de su guía y caía, con el consiguiente moratón para los pies  nuestras manos  se mecían al sacar limaya, pocas pletinas “pelamos” de echo decía “Pela hierros” conseguimos hacer zeta, cubo y derivados.
    En éstos talleres estaba ubicada la Imprenta, con un hermano con cinto negro que colgaba, hay una foto por ahí al respecto.
    ¿Os acordáis de las matas de frutita roja, “majoletas” que había en un campo cerca de éstos talleres? seguro que si, muchos comimos de ellas, ¿Y de los chinos y piedras que por entonces había en el?, los padres educadores incluido el hermano de turno, cuando éstos niños hacíamos algo mal, el castigo era quitarlas y arrinconarlas detrás de las matas, pocas veces, hasta que se limpió, pues bien, en ese campo cuando podíamos jugar, llegaba el P. Zabalza, se subía el habito amarrado al cinturón y daba unos regates que nos dejaba boquiabiertos, igual con algunas de sus “guantás”, decían por entonces que uno de sus hermanos jugaba en el  Atlético de Madrid.
    Tiempos de P. Azagra y su Ley, palo torneado de una buena madera dura,  de un profesor que parece vive aún, de Formación del Espíritu Nacional, Don Julio, hombre dicharachero, buen semblante, durante todo el curso nos tenía embelesados con la historia del aquel chiquito de pueblo y con el juego que practicaban allí,  aquí le llamábamos “La Bilarda”, un palo como de un metro de largo, con una punta afilada y otro de unos 200 m/m, afilado a las dos puntas, le picabas, el palo saltaba  para arriba y entonces estilo béisbol le pegabas con el otro para  lanzarlo lo mas lejos posible, la distancia donde había caído se calculaba por la medida del palo mayor, si acertabas ganabas, así hasta una serie de partidas, éste chiquito era el campeón, ¡ah! le llamaba Rufo, oye que también se fallaba una barbaridad, ¡eh!.
    Sería difícil comprimir esos dos mil cien días, en el tiempo que disponemos y como es natural, para aquellos “laborales” mas jóvenes no les diré nada.
    Tiempo aquel en que nos llevaron a la carretera para ver el paso de la comitiva donde al menos iba el coche del entonces jefe de estado camino de Córdoba y Sevilla, por delante iba policía advirtiendo a las mujeres que tenían sus ropas tendidas al sol, que las quitasen hasta que pasase,  luego lo vimos en el balcón principal para inaugurar la UNI.
    Nunca trabajé en los talleres Generales, de los Prevocacionales  pase a Metalúrgicos para hacer forja chapa y soldadura,  donde hice mi oficialía, Sres. Espejo, Mario, Ramírez, Toro, Chico, Lázaro, calor y fuego, golpes y ruidos, quemaduras y sustos, como aquel en clase de soldadura, la habitación destinada al Oxigeno, con dos baterías de cilindros, seis botellas a cada lado y una llave de paso general, alguno de nosotros, llevaría las manos engrasadas y al abrir la llave, empezó a silbar, el volante salió rodando, pero no nos pudo pillar, nosotros corrimos mas hacia la salida, cualquiera se quedaba allí, fue un primer, de algunos mas que pasé.
    El “Abejorro”, era un juego que practicábamos los de Córdoba en el viaje de ida a casa, habíamos echo grupo y nos íbamos a la bodega del “tuerto”,  allí se colocaba uno al centro con las orejas tapadas por las manos, a sus espaldas le arreábamos guantazos y hacíamos el susurro del insecto, el “quedado” debía adivinar quien le pegaba, cuando lo hacia, el perdedor pasaba a ocupar su puesto, cuando menos esperabas, con el jaleo, no te dabas cuenta que se había parado el autocar, solo que se abría la puerta y el chofer tenía potestad para que el viaje lo siguieras a pié, así que, mas de una vez tuvimos que hacerlo, incluido la venida. 
    Iba pasando el tiempo  para algunos de nosotros los “chicos” de Gran Capitán eran como especiales, “hasta fumaban”, aquí lo hacían algunos allá para las vías, escondidos, montaban la colilla del Bisonte en una pinza de palillo, llegando a quemarse los labios.
    De entonces quien no recuerda a ¿“Muñequitas”?, aquel señor de pelo ondulado, bedel, tenía una  cara graciosa, sonriente, que iba llamando a la puerta del aula “Sr. profesor, la hora”,  siempre estaba rifando alguna de ellas y de ahí el apodo.
    ¿Cuántas veces os acercasteis al carro de aquel señor que vendía ambulante, que empezó con una canastilla pegado a la alambrada?
    ¿Y laminar la perra gorda o la peseta al paso del tren, que las ponía de 200 de largo?
    Había una ocasión especial, solo se oía el silencio de las pisadas, y más cuando se le izo homenaje al chico que murió a los dos meses de su ingreso, izar y arriar banderas, lunes y sábados.
     Bueno hay que dejar paso al día, que seguro habrá muy buenas sensaciones, os doy besos y abrazos, desde Córdoba, cada cual tome lo que mas le agrade, Ortega.

(Actuación de José Ortega Sánchez durante el Acto Académico del IV Encuentro en Córdoba, el año 2010).

Escrito por Jóse Ortega Sánchez el 19/02/2013 a las 22:13

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Comentarios (1)

  • 25-02-2013 a las 16:40 #1

    Jóse

    Ortega Sánchez

    foto de Jóse Ortega Sánchez

    Añado con nostalgia, a la sección DISFRUTA CÓRDOBA una presentación PowerPoint que muestra el paso de los años por algunas calles, edificios y monumento desde mi ciudad de la Mezquita. --> VER
    Un abrazo de José Ortega