El doble impulso que me lleva a compartir este escrito es tanto el agradecimiento como el anhelo de ser útil como voluntario que soy de Fundación Telefónica.

Transcurridos ya algunos años impartiendo formación en actitud ante la búsqueda de empleo, a tal vez más de mil personas con dificultades de inserción sociolaboral, creo poder aportar algunas reflexiones y pistas que probablemente contribuyan a atajar rutas a personas en situación similar e incluso a quienes sin estar en dificultades precisen de una orientación genérica.

Lo que sigue son aportaciones reflejadas en algunas de las transparencias de las que hago uso en mis presentaciones, que recogen en parte experiencias de las personas que asisten a las mismas.

La verdad absoluta probablemente sea la de todas las miradas conjuntas. Esta es tan sólo mi interpretación de la realidad tanto respecto de la búsqueda de empleo como de la situación que nos ha tocado en suerte vivir; cada cual debe de hacer uso pues de atención y discernimiento en toda cosa que emprenda. No obstante creo que aunque este escrito ilumine apenas un poco, es probable que aporte algún elemento nuevo donde seguramente se aprecie algún detalle adicional a lo hasta ahora más recurrente.

La mirada detenida es como la fotografía. Cuando la observas atentamente te das cuentas de cosas que sólo el tiempo congelado puede mostrar.

El año de dos mil doce iba a suponer según la mitología maya el del final de los tiempos y el de dos mil trece el comienzo de un nuevo mundo, fundamentado según éstos en la conciencia y en el compartir.

A inicios de dos mil catorce no parece que la imposición y la vanidad hayan sido reemplazados por el espíritu; por el contrario da la impresión de que se hayan acentuado en quienes promueven valores competitivos frente al sosiego del avance en lo común.

No es una crisis lo que está sucediendo; es un cambio de paradigma. Afecta a todo lo que es, en lo interno de cada cual y en lo externo del mundo que nos interpenetra. Las sacudidas que experimenta la Tierra las vivimos cada uno según nuestra sensibilidad, pero a todos nos alcanza. Cambia el clima, el tiempo lineal y meteorológico, el mundo vegetal, el mundo animal y probablemente también los otros reinos y dimensiones.
Todo es estremecido y las sacudidas son en ocasiones brutales.

El antiguo sistema de valores ya no se sostiene y el derrumbe abarca a la humanidad entera. Todo se mueve de sitio, a la vez que paradójicamente permanece en nosotros lo que somos, hayamos sido o vayamos a ser. ¿Cómo coexistir pues con lo nuevo que no acaba de ser siendo amable con lo viejo?

El cambio ha venido y quizás lo haya hecho porque en el fondo de miles de millones de conciencias sea algo más que un anhelo: un grito desgarrador de que esto no puede seguir así.

Pero el cambio hacia no se sabe dónde no es en sí la solución definitiva, dado que por sí mismo no es bueno ni malo, sin pretender decir con ello que sea para mal como tampoco para bien (que en este caso creo es para bien) o que una cosa sea buena versus algo que no lo sea. Lo bueno o lo malo dependen del punto de vista del observador y sin embargo la vida es única, al tiempo que neutra; se mueve entre otros por el número, geometría, orden, termodinámica, entropía y las leyes de conservación de la energía. Lo singular del ser humano es que interpreta aquello que experimenta en razón de un mecanismo diferenciador del que le han dotado la naturaleza y el propio Dios: ese mecanismo es la llamada que anuncia el retorno al ser único. La razón última de esta peculiaridad de retorno a la unicidad puedo intuirla, aunque no sé expresarla. Lo cierto es que el cambio es una oportunidad pero no la solución última.

La solución pasa por fuerza por el cambio interno de cada cual en conciencia, responsabilidad y amor a los demás tanto como hacia uno mismo.

Hay quizás tres cosas esenciales que los seres humanos nos preguntamos en alguna que otra ocasión a lo largo de nuestras vidas: ¿quién soy, qué hago aquí y para qué he venido?

Las respuestas oscilan desde estoy aquí por azar a lo estoy porque mi ser lo ha decidido. Lo curioso es que tal vez hayamos sabido siempre las repuestas, aunque no acertemos en todos los casos a razonarlas satisfactoriamente.

Somos energía, estamos en la materia y hemos venido a vivir la experiencia de la densidad. El sufrimiento es una de sus consecuencias; el egoísmo la ignorancia de ese desconocimiento y el amor brisa de lo neutro que nos aleja del temor que atenaza desde el principio de los tiempos.

La experiencia humana se asemeja a un camino que por fuerza se ha de recorrer del nacimiento a la muerte. Transitar ese camino con la mirada abierta en lo interno es con seguridad la única decisión libre que podemos adoptar; todo lo demás nos viene impuesto. No hay libre albedrío; tan sólo la libertad de abrir los ojos aunque el miedo impela a cerrarlos de continuo; para decidir, eso sí, que nuestra mirada sea la de la conciencia (*) o la de la inconSciencia.

(*) Conciencia, cuestión del alma; consciencia, cuestión de la mente.


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Escrito por Francisco Limonche Valverde el 30/03/2014 a las 20:06

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