Disfraz o coraza


 

 Tras miles de años de evolución, los animales han sobrevivido adaptando su piel al medio que les rodea. En ocasiones con bellas policromías  y, otras veces, con auténticas armadura.




 

 













   Las escamas que recubren las delicadas alas de las mariposas, las placas óseas de los caparazones de las tortugas o el plumaje blanco de aves como la perdiz nival, que lucen durante la temporada invernal, son solo algunas de las asombrosas formas que la piel de los animales puede adoptar. Como explica el biólogo Pablo Refoyo, profesor asociado de la Universidad Complutense de Madrid, “se trata de la misma estructura que ha evolucionado de manera distinta y que según su desarrollo otorga funciones diferenciadas a las especies”. Por ejemplo, de la misma forma que las plumas permiten volar a las aves, la acumulación de depósitos grasos y de vello facilítan que muchos mamíferos puedan soportar condiciones climáticas adversas.


                                                                                                                                                           Formada por tres capas –epidermis, dermis e hipodermis-, la piel es el órgano más grande del cuerpo. Asimismo, cumple múltiples funciones esenciales para que el organismo sobreviva.

   “En primer lugar, la piel es una barrera fundamental que protege el organismo del exterior, tanto de agresiones mecánicas-arañazos, picaduras o mordeduras, entre otras-, como físicas y químicas”, estas palabras de Pablo Refoyo explican que en la piel de los animales como la tortuga o el oligátor americano haya presencia  de estructuras duras y que, sin embargo, en la de las especies que buscan un aislamiento físico, presente tegumentos con glándulas que lubrican e impermeabilizan al organismo.

   Corazas naturales. En el caso de las tortugas, su rasgo más característico es el caparazón, que está formado por gruesas capas óseas revestidas de piel o de queratina y está soldado a la columna vertebral. Su principal función es la de protección frente a los depredadores, de ahí que el color y la forma estén determinados por su adaptación al entorno. De igual modo, las placas óseas que cubren el dorso del oligátor forman una gran armadura protectora, que además le confiere un aspecto muy agresivo. 




   Por su parte los elefantes asiáticos, aunque no tienen estructuras duras, si muestran una piel muy gruesa y resistente, que suele presentar un tono gris oscuro y está salpicada de cerdas y pelos muy cortos, lo que explica que hayan sido usados como animales de carga durante siglos. En otras especies, el pelo ha evolucionado hasta convertirse en púas, como en el caso de los erizos. El cuerpo de este animal está cubierto de pelos huecos repletos de queratina de unos tres centímetros de longitud. Cuando se siente amenazado se enrosca sobre sí mismo, formando una especie de esfera que solo deja al descubierto estas córneas rígidas, que aunque no son venenosas le sirven de protección. Frente a esta estructura de la piel, que podría recordar a la coraza de un guerrero. La evolución de este órgano en otros animales ha ido dirigido a su capacidad para soportar temperaturas extremas. Por ejemplo la foca gris, un mamífero propio de las aguas del Atlántico norte, tiene una gruesa capa de grasa subcutánea que es la que actúa como verdadero aislante térmico. Los machos tienen la piel gris oscura con manchas claras, mientras que en las hembras los tonos se invierten.





  El buey almizclero, de cuerpo robusto y patas cortas, también tiene ese aislamiento a través de su pelambre. Está compuesto de dos capas una interna, densa y corta, y otra externa, larga y lanosa, que la parte de sus extremidades. Esta combinación le proporciona, un fuerte aislamiento, lo que le permite soportar las temperaturas extremas de tundra ártica, su hábitat natural.
 Uno de los casos más curiosos es el del oso polar. Sorprendentemente, la piel de estos animales es negra, para atraer mejor la radiación solar y aumentar el calor corporal, pero está cubierta por denso pelaje traslúcido formado por pelos huecos llenos de aire que, al recibir el reflejo de la luz, provocan sensación de blancura, un gran camuflaje para la nieve y el hielo. Además, el pelaje, junto a una gran capa de grasa subcutánea, lo aísla térmicamente.


   La piel también se encarga de regulación de la temperatura corporal y de los intercambios hídricos, de captar estímulos del entorno y del control hemodinámico. Así además de presentar aspectos a veces inverosímiles, la piel es clave para la supervivencia y la adaptación de los animales a su entorno. Para Refoyo, “la capacidad de cambiar de color puede considerarse como uno de los fenómenos más singulares que puede presentar la piel”.

   Camuflaje natural. Un gran ejemplo de esta circunstancia tan excepcional lo protagoniza la perdiz nival. Su denso plumaje cambia completamente de color dos veces al año. En verano es marrón con motas oscuras, pero en invierno se torna blanco en su totalidad, lo que le ayuda a pasar desapercibido entre sus enemigos. Por otra parte, las plumas presentan una gran densidad, lo que confiere, aparentemente, un volumen del que en realidad carece.



   El plumaje de otras aves, como el cormorán doble cresta, siempre presenta el mismo color, aunque también sufre variaciones según cambian las estaciones. Curiosamente a pesar de ser un ave acuática, las alas del cormorán no son impermeables, por lo que tras sumergirse en el agua necesita desplegarlas y secarlas al sol. Además para muchas aves, un buen plumaje es garantía de éxito con el género opuesto. Es el caso de la avutarda, la especie voladora más pesada del mundo. Los machos desarrollan al final del invierno un llamativo plumaje nupcial que exhibirán en primavera ante las hembras. El ritual es realmente ingenioso: abre la cola, la apoya sobre el dorso, cruza las plumas primarias de manera que las puntas sobresalgan y levanta las escapulares, asemejando una enorme bola blanca con los bigotes erguidos.



   Otros animales como el jaguar también se sirven del color de su piel para camuflarse. La piel del mayor felino de América presenta un color amarillo pálido salpicado de manchas negras en forma roseta, que le ayudan a camuflarse en hábitat selvático, aunque el vientre, el cuello y las patas suelen ser blancas. “Estas le suelen ser muy útiles para esconderse en áreas con una cantidad de claroscuros, algo propio de las áreas forestales, mientras que los leones, por ejemplo, un pelaje uniforme y pálido, muy adecuado en las sabanas”, aclara Pablo Refoyo.
   A otras especies les resulta imposible pasar desapercibidos, como el guacamayo rojo, que presenta un exuberante plumaje basado en tonos rojos, amarillos, verdes e incluso azules, lo que le convierte en un blanco fácil para sus depredadores. Sin embargo, el hecho de tener una gran envergadura y vivir en grupo le otorga la protección necesaria para poder lucir esos colores tan llamativos.



   Asimismo, en la mayoría de las ocasiones, el hábitat natural de un animal nos da las claves de su apariencia. Por ejemplo, hay miles de especies de mariposas en el mundo, cada una con unos colores y dibujos diferentes. Pues no se debe a un capricho de la naturaleza, sino que responde a su alimentación y a las pequeñas escamas que recubren sus delicadas alas, que también se encargan de segregar olores para atraer individuos del sexo opuesto. Otro animal que debe el color de su piel a la alimentación es el flamenco, que aunque al nacer presenta un color pardo grisáceo, su plumaje se entorna rosa por los carotenoides de las diminutas gambas que ingieren en las aguas de los humedales en los que habitan.
   En cualquier caso, la adaptación de los animales al medio es determinante para entender su fisonomía porque, como afirma Refoyo, “cuando una estructura está presente es porque a ese ser le resulta rentable, ya sea para la reproducción, la alimentación o la ocultación de depredadores”.

 

     Pedro Flores.

Escrito por Pedro Flores de la Huerga el 21/04/2014 a las 20:53

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