Promesas electorales y
Otras
“Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”
Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) Escritor español
De todos es sabido que en el siglo XIX y bien entrado el XX, los políticos eran unos señores muy bien vestidos, muchos de ellos cubiertos con sombreros hongos, que se dedicaban a viajar por capitales y pueblos en lentos e incómodos trenes, diligencias o tartanas, soltaban sus discursos, se largaban raudos, y si te he visto no me acuerdo, hasta dentro de cuatro años, que te contaré la misma milonga, pues ya no te acordarás de lo que te dije hoy, que por supuesto no pienso cumplir.
Ahora los tiempos han cambiado mucho: en primer lugar, los discursos ya no se promocionan a voz en grito, con un altavoz, o como mucho un rudimentario micrófono, a gente en su mayoría analfabeta. Ahora las radios, televisiones, periódicos de papel o digitales, e internet, toman notas de lo que pronuncian los políticos de turno, y los eleectores, mucho más cultos, afines o no, pero conscientes, por amor de la democracia, que se debe acatar la opinión de la mayoría, ya sea natural o pactada, recuerdan lo que se les ha prometido.
Cada vez son menos los que opinan “a mí no me importa lo que digan los políticos, no les hago caso”, pues, si paran a pensar un poco; solo un poco, y muchos lo hacen, se dan cuenta enseguida de que si importan, y mucho las decisiones de nuestros elegidos, pues influyen en todos los ámbitos del diario discurrir.
Cada vez son menos los que opinan “a mí no me importa lo que digan los políticos, no les hago caso”, pues, si paran a pensar un poco; solo un poco, y muchos lo hacen, se dan cuenta enseguida de que si importan, y mucho las decisiones de nuestros elegidos, pues influyen en todos los ámbitos del diario discurrir.
Por eso, el político debe cambiar.
Ya no debe, poder si, naturalmente, prometer acciones que no pueda cumplir, algunas por desconocimiento de sus competencias, otras, a sabiendas de que son imposibles; las primeras, informándose previamente de su posible puesta en práctica, las segundas, enviando la demagogia al rincón de los olvidos, y gobernando, de acuerdo a sus ideas filosóficas, pues en realidad la política es la plasmación práctica de una filosofía de vida, que el político considera la mejor, y desea implantarla en el pueblo.
Y si el político, sea cual fuere el motivo, se equivoca e incumple su promesa, debe ser valiente, y si no recurrir a la palabra dimisión, de escaso uso en España, que sería lo suyo, si, al menos, ser valiente y dar la cara; un “lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir” es muy duro; durísimo, y lo escuchamos un día.
Dar la callada por respuesta, lo es menos, pero a la larga, por aquello de que la mentira tiene las patas muy cortas, es mucho peor, es una falacia cobarde, que afecta a todo el mundo: al que la pronuncia, que no tarda en ser descubierto, a sus compañeros de todos los partidos, pues a la larga a todos se les mete en el mismo saco, y al administrado, pues cada vez cree menos en ellos. En definitiva, “un negocio” no muy redondo. Sin olvidar que con demagogias y mentiras, se destruye poco a poco un país. Un agujero pequeño no, muchos agujeros pequeños acaban hundiendo barcos muy grandes.
Dar la callada por respuesta, lo es menos, pero a la larga, por aquello de que la mentira tiene las patas muy cortas, es mucho peor, es una falacia cobarde, que afecta a todo el mundo: al que la pronuncia, que no tarda en ser descubierto, a sus compañeros de todos los partidos, pues a la larga a todos se les mete en el mismo saco, y al administrado, pues cada vez cree menos en ellos. En definitiva, “un negocio” no muy redondo. Sin olvidar que con demagogias y mentiras, se destruye poco a poco un país. Un agujero pequeño no, muchos agujeros pequeños acaban hundiendo barcos muy grandes.
Pedro Flores
Escrito por Pedro Flores de la Huerga el 21/10/2015 a las 19:54
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