Encuentros de Laborales

NOCHE DE MAGIA Y DE BOHEMIA

 

Algunas veces vivo

y otras veces

la vida se me va con lo que escribo.

Quizá lo que voy a contar no sea totalmente cierto, pero eso poco importa. El caso es que pueda haber sido imaginado o soñado. Si sólo pudiéramos ver lo que miramos, no existiría la poesía, la magia, el arte, la utopía…, el milagro; tampoco el amor o la amistad.

Es el relato de algo que pasó hace tiempo y que cada vez que vuelve del recuerdo para colarse en el presente, me produce una emoción extraordinaria. Dudo de poder trasladarla a estas cuartillas y mucho menos de transmitirla a quién las lea, pues ¿cómo arrancar esa belleza del caos que bulle en mi memoria? ¿Cómo elegir las palabras y ponerlas en el orden justo?

¡Inteligencia, dame

el nombre exacto de las cosas!

A propósito de nombre, voy a ocultar el mío tras el seudónimo de “Filomeno”, que tomaré prestado al protagonista de “Filomeno, a mi pesar”, obra maestra de la narrativa actual, en la que Gonzalo Torrente Ballester crea un personaje partiendo de las limitaciones a que lo somete ese nombre singular, extraño, incómodo e imposible de maquillar con un diminutivo   decoroso. Caso parecido al mío. Además, en esta novela hay otro personaje de cierta relevancia al que el autor inventa con mi propio nombre, apellido y profesión, y describe con una apariencia física que bien pudiera ser la mía (me pareció surrealista cuando lo descubrí y me acordé de aquellos “Seis personajes en busca de autor?”).

A veces me he preguntado por el sentido del nombre tan especial que me pusieron. Hoy lo interpreto como una señal de la diferencia con que mi destino iba a ser trazado. Sería interminable la relación de privilegios que, sin justificación alguna, me han sido concedidos. Citaré dos: el haber nacido de una familia humilde, tutelada por un hombre bueno, empeñado en que sus hijos tuvieran acceso a la Educación y la Cultura; y otro, consecuencia del anterior, la beca que me permitió aprovechar los recursos que ofrecía el proyecto educativo más ambicioso, mejor ideado y ejecutado que he conocido: el de las cuatro primeras Universidades Laborales allá por el tercer cuarto del siglo pasado, y más concretamente la de Córdoba, que fue la que a mí me tocó en suerte.

Gracias a la vida, que me ha dado tanto

No sé precisar el año exacto ni el Colegio en el que estábamos, pero ya habíamos pasado al ala Norte (S. Alberto o S. Álvaro), después de acreditar buena conducta y un notable expediente académico en Oficialía Industrial. Reconocidos esos méritos y una cierta madurez, se confiaba más en nosotros, la disciplina se relajaba un poco y se nos cedía cierto control sobre nuestras vidas. Cursábamos Primero o Segundo de Ingeniería Técnica Industrial (1ª Promoción), yo no tendría aun diecisiete años.

Atrás quedaron las etapas de Iniciación (S. Rafael), de Transición (Juan de Mena) y de Reválida (Gran Capitán). ¡Qué fácil era entonces ser feliz! Vivíamos en un Universo perfecto que ponía a nuestro alcance mucho más de cuanto podíamos imaginar. Todo funcionaba. ¡Ojalá pudiera hacer un hueco en esta página para evocar la luz, los colores, los aromas, las sensaciones y vivencias de ese tiempo!

Esos días azules y ese sol de la infancia

Pero la historia que nos ocupa tiene lugar más tarde, en esa etapa confusa en que la revolución de las hormonas provoca cambios en el cuerpo,   conflictos de identidad y desajustes entre instinto, inteligencia y voluntad. Aquel universo perfecto empezaba a mostrar sus límites y carencias. El viento del sur nos embriagaba con cantos de sirena y perfumes de mujer que nos hacían soñar una ciudad…, sus latidos…, sus luces…, su gente…

Córdoba, lejana y sola,

Así, ocupábamos la semana haciendo méritos para conseguir el permiso…,

Y los domingos, a pelear hembras.

Ese día coincidí con Luis en Córdoba. Éramos compañeros desde S. Rafael; habíamos compartido clase, taller, comedor… Su carácter transgresor y canalla sintonizaba bastante con el mío y compartíamos aficiones, como la de buscar y combinar palabras intentando la armonía. No éramos íntimos, pero nuestra amistad cristalizó esa tarde después de sangrar a dúo   por la herida que esta ciudad tan amada nos causó con su desprecio.

Indiferente o cobarde

la ciudad vuelve la espalda

Córdoba, reacia a mirarse en el espejo de su Río Grande (creció buscando el abrigo de su sierra), también menospreció su Universidad Laboral, y el semillero que allí germinaba. A veces nos ignoraba y otras nos rechazaba, sobre todo sus chicas. Aquel domingo fue especialmente duro; no conseguimos una cita, un baile, una palabra, un gesto, una sonrisa que llevarnos a nuestras soledades para soportar otra semana de sequía. Como de costumbre, encontramos cierto consuelo en el “Bar Colón”, dando cuenta de un bocadillo de calamares a la espera del autobús de regreso a nuestra isla. Pero Luis y yo, cabreados y rebeldes, lo dejamos partir y, llevados de nuestra intuición y la sensación de estar creando algo juntos (dicen que la amistad consiste en esto), decidimos exprimir la noche vagando por calles, mesones y cantinas; empapándonos de cuanto una situación nueva, incierta, intensa y arriesgada   podía depararnos. La banda sonora de esta secuencia fue “Nos falta fe”, canción de Juan y Junior, de moda por entonces, que repetimos más de cien veces. El resto lo puso el vino de las tabernas, el embrujo de La Judería, el azahar, la magia de unas siluetas de mujer desfilando por la acera al compás del reloj que marca la hora en Las Tendillas…

Yo caí en un trance casi místico, en un éxtasis de sosiego y libertad, parecido al que sobreviene a un hermoso e intenso   orgasmo   con la mujer que amas. Paramos en medio de la calle, los coches   frenaban en silencio   intuyendo y respetando la solemnidad de la escena que tenían ante ellos:

-Luis, -le dije-, acabo de traspasar los límites de la razón y los prejuicios. He buceado en mi interior, y ahora conozco lo que me ha sido prestado y aquello que me es propio y esencial.   Los fantasmas se han ido. Ya no siento el peso de la timidez que tanto me atenaza, ni el pudor a mostrarme sin disfraz, ni el miedo al castigo por pecar en falso, ni la presión por el autocontrol constante… Me siento libre y me acepto como soy. También noto tu cercanía y tu amistad. ¡Atrapemos el momento! ¡Al diablo la rutina! ¡Prolonguemos este estado tanto como nos sea posible! “¡Hoy puede ser un gran día!”   Entonces Luis pasó su brazo por mi hombro, echamos a andar y pregonó unos versos:

Ser en la vida

romero,

romero solo que cruza

siempre por caminos nuevos

Con una percepción distinta de nosotros mismos, las cosas eran ahora diferentes. La ciudad se hizo hospitalaria, amable, y las chicas nos aceptaban acogiendo con risas nuestras ocurrencias…

Siguió una romería por calles, plazas y jardines, rezando versos, contando coplas, echando flores a minifaldas que bailaban a un son de   Primavera, y parando en bebederos del camino lo necesario para hidratar y abonar nuestras neuronas.

Al paso por la Estación de Autobuses que había junto al Cine “Duque de Rivas” en la Av, Gran Capitán (hoy convertida en Bulevar), alquilamos por un duro y una hora, un triciclo de los que allí ofrecían al viajero para transportar a otra parte las pesadas valijas y bultos al uso (yo mismo utilizaba este medio burdo de poner ruedas a maletas, para trasladar la mía al “Bar Colón” cada vez que volvía de vacaciones). Mientras el empleado nos cobraba y anotaba nuestros datos en la lista de clientes, yo fabricaba, con una gomilla y un retal de cartón negro abandonado, un parche para el ojo, un sombrero de pirata y una bandera con dos tibias y una calavera. El camarero de la cantina nos proporcionó una botella de ron que, por la escasez de medios, rellenamos con agua de la fuentecilla. Luego, en posesión ya del artefacto, Luis se apostó al sillín y los pedales y yo, investido con aquellos atributos, me encaramé al carro, erguido y orgulloso, cual bucanero al mando de su bajel pirata.

De esta guisa iniciamos una marcha triunfal por las vías principales de la ciudad, ya conquistada. Espronceda nos prestó el himno:

Con diez cañones por banda,

viento en popa a toda vela

El pueblo se agolpaba en las aceras de la medianoche mostrando al principio su sorpresa, después una sonrisa, y luego su entusiasmo con vítores y aplausos. En el mar de Las Tendillas fondeamos para corresponder al gentío que coreaba el estribillo con nosotros

Que es mi barco….           ¡Mi tesoroooo!

Que es mi dios….     ¡La Libertaaaaad!

Mi ley…     ¡La fuerza y el vientoooo!

Mi única patria…     ¡La maaaar!

Por estribor, procedente del “Bar Correo”, nos abordó un soldado (que resultó amigo), ofreciéndonos dos trofeos repletos de cerveza que agradecimos de un trago. Luego me puse yo a los remos y Luis subió a cubierta. La procesión continuó por Gondomar, La Concepción, Jardines de La Victoria, Ronda de los Tejares y Av. Gran Capitán. La algarabía popular reclamaba otra vuelta al ruedo que no concedimos, pues Luis, acallando al gentío con el brazo en alto, sentenció:

¡Que no hagan callo las cosas

en el alma ni en el cuerpo!

¡Pasar por todo una vez,

una vez solo y ligero,

ligero, siempre ligero!

No sé cuánto tiempo transcurrió, ni las locuras que siguieron, pero el plazo que nos concedió quien manejaba los hilos de esta historia, se agotó. ¡Qué pronto se nos hizo tarde…! Sin un duro en los bolsillos y por las calles ya casi desiertas, emprendimos el regreso “a casa”. Por delante, ocho kilómetros a pie bajo las estrellas recreándonos en todo lo vivido. Pasamos de nuevo por Colón, sus jardines, la Torre de la Malmuerta… En Cañero, donde los coches hacen estación para abrevar, nos refrescamos, aliviamos nuestros cuerpos y pusimos un poco de aliño a nuestro aspecto.

Ya en la carretera, un horizonte de luces de colores que se posaba en el arcén,   me trajo los versos de una canción todavía por componer

Si a media noche, por la carretera

que te conté

detrás de una gasolinera

donde llené,

te hacen un guiño unas bombillas

azules, rojas y amarillas,

pórtate bien

y frena

Otra sorpresa en la chistera de esta noche mágica: ¡Era “La choza del Cojo”! El templo del amor furtivo, donde Sacerdotisas de Eros absuelven de fracaso y soledad a perdedores y abandonados jugando a juegos prohibidos (bueno, así lo imaginaba yo en las películas que me montaba, cada vez que veía esas bombillas de colores chispeantes desde el autobús).

Ninguno de los dos tuvo que convencer al otro, así que entramos llevados por el morbo y la curiosidad. Nada más traspasar la puerta, un gorila con gesto intimidante, y en cada esquina, cuerpos de curvas esculpidas dando calor y compañía a hombres disfrazados de otros hombres. Yo no supe reaccionar al notar en mi mejilla la piel suave de la suya…

Ni nardos ni caracolas

tienen el cutis tan fino.

-Hola, ¿nos invitáis a una copa? Yo me llamo Amparo y ésta es Consuelo. (¡Qué nombres más propios para unas samaritanas!)

El silencio que se hizo lo rompió Luis con decisión y desparpajo:

-¡Qué cojones, una copa! ¡Camarero, una botella de champán!

Estábamos en la barra. El barman, presagiando nuestro estado financiero, cambió de lápiz para anotar en números rojos nuestra cuenta (de tres cifras, por cierto), a diferencia del negro que usaba en las demás. Brindamos por nuestro encuentro y dejamos que la noche marcara el ritmo y escribiera su guión sobre la marcha. Luis se consoló en la rubia pizpireta, y yo me amparé en la mirada perdida que brillaba bajo una mata de pelo negro ensortijado. Ellas sabían que nosotros no íbamos de putas, y sin embargo, rechazaron a clientes más normales y solventes para estar a nuestro lado, olvidándose de trabajar y nosotros de que estaban trabajando. Luis no paraba de hablar provocando la risa y el deleite de la rubia, y la morena se pegaba a mi silencio para hablarme con el suyo. A mí me recordaba a alguien…

-¿Eres Shirley MacLaine o “Irma La Dulce”? .

Ante su gesto de extrañeza le conté fotograma a fotograma, las peripecias de Jack Lemmon para convertirse en el novio de aquella virgen mercenaria y en único cliente de su negocio. Ella se divertía como si lo estuviera viendo en la pantalla y me pedía más detalles   del bar, los personajes, el ambiente… A veces cerraba los ojos soñando un hombre capaz de amarla así…, y suspiraba. Al otro lado, Luis y la rubia seguían a lo suyo.

El cine dio paso a la poesía al insinuar ella el placer que le causaban las palabras cuando buscan la belleza. Entonces me puse a jugar con su nombre como lo hace un breve poema de Lorca que acaba…

Amparo,

¡qué sola estás en tu casa

vestida de blanco!

Amparo,

¡y qué difícil decirte

yo te amo!

No disimuló su entusiasmo al pedir más poesías apretando mi mano entre las suyas. Sin embargo, en el espejo de sus ojos yo no veía mi imagen reflejada. Su corazón lo ocupaba   otro hombre perdido en el pasado; en su mente, el deseo de que yo fuera él, y en sus labios, la herida   abierta de una promesa incumplida.

Dicen en el pueblo

que un caminante paró

su reloj

una tarde de Primavera

Tampoco ella podía verse reflejada en mi mirada, porque yo actuaba para otra que habría de llegar… Siguieron más poemas que nos conmovieron a los dos por separado: Machado, Juan Ramón, Neruda, Bécquer…   Pero aquel hechizo se rompió con la visita del gorila, que al ver la botella y los vasos vacíos en la barra, y el poco interés que las chicas ponían en el negocio, les ordenó con gesto despectivo que dedicaran su atención y sus encantos a otros clientes más generosos y sedientos. Pero Luís, que captó la contraseña, terció de nuevo seguro y contundente:

-¡Camarero, otra botella, por favor!

Con la posibilidad de estirar un poco más la noche, volvió la calma a nuestra orilla, y otras tres cifras en rojo a nuestra cuenta; mientras, el gorila se alejaba muy poco convencido. Sin dedicar una sola burbuja   al naufragio que habría de venir, volvimos a subir a nuestra nube. De pronto, apareció una guitarra que la rubia (quizá por encargo de Luís), había descolgado de la pared para ponerla entre mis manos. Le faltaba una cuerda y me costó afinar las que aún   se resistían. Los primeros acordes que arranqué a aquella maltrecha reliquia, me llevaron a la canción que nos despertó en la mañana de aquel día. Imitando el estilo intimista de Adamo y la forma de susurrar sus versos, conseguí que un aire de nostalgia y melancolía envolviera nuestro entorno

Era una linda flor

y me atormenta pensar

que pudo ser su amor

el que soñé encontrar.

Fue un ave que al pasar

mi destino cruzó,

yo la dejé volar

y nunca más volvió.

Siguieron otras canciones a petición de las chicas, pero antes de que Luis se arrepintiera de haber sugerido a la rubia aquella idea, dejé la guitarra, y me volví a aislar en aquella mirada tímida para cantar la última. Le avisé que era la más hermosa y desgarradora canción de amor (o desamor) que conocía, y ella se mostró ansiosa por escucharla, sin preocuparle de que lo haría en francés… Al llegar a la tremenda estrofa del final, mi voz temblaba emocionada mientras dos lágrimas se descolgaban por sus mejillas.

Ne me quitte pas

je ne vais plus pleurer

je ne vais plus parler

je me cacherai là

a te regarder

danser et sourire

et a t´ecouter

chanter et puis rire

Laisse moi devenir

l´ombre de ton ombre,

l´ombre de ta main,

l´ombre de ton chien,

mais ne me quitte pas….

Hasta entonces, cada uno de nosotros representaba para el otro personajes que no éramos. Ella imaginaba en mí al caminante que aguardaba, y yo me inspiraba en otra musa que vivía en mis sueños; pero a partir de ese momento empezamos a mirarnos, a vernos, a sentirnos…, descubriendo rasgos y matices que hasta ese momento no habíamos percibido. Yo le dije mi nombre, y por primera vez me pareció hermoso al oírlo de su boca

Dicen que el hombre no es hombre

mientras no oye su nombre

de labios de una mujer.

Puede ser.

Siguió un silencio a dos voces… Fue a la máquina de música, sacó una moneda de algún resquicio de su generoso escote, la introdujo y pulsó una tecla. Con los primeros acordes que sonaban vino a mí y me invitó a bailar… Lucho Gatica hablaba por los dos…

Reloj, no marques las horas

porque voy a enloquecer.

Ella se irá para siempre

cuando amanezca otra vez

Nunca había tenido un cuerpo de mujer tan cerca. El calor de su mejilla se sumó al de la mía y la presión de sus pechos en mi pecho dispararon la pasión y el deseo… Mis manos se perdían en caricias por su piel semidesnuda…

Una mujer desnuda y en lo oscuro

es una vocación para las manos,

para los labios es casi un destino

y para el corazón un despilfarro.

Una mujer desnuda es un enigma

y siempre es una fiesta descifrarlo.

Permanecimos abrazados después de aquel bolero, y antes de separar nuestras mejillas, sin acordarlo, los dos nos susurramos al oído: “Gracias”.

Hacía tiempo que no sabíamos de Luis y de la rubia, pero   nos reunimos de nuevo con ellos ante la botella seca, las cuatro copas vacías y un silencio que Los Rolling Stones rompieron desde la máquina de discos con su “Get off my cloud”, para que bajáramos de la nube que esa noche modelamos a base de versos y unos gramos de locura. Teníamos que hacerlo ya. El naufragio se consumaba. Y había que afrontarlo con dignidad y entereza (por la mente me pasó la imagen de la orquesta del Titanic). Al intentar explicarme, Amparo selló mis labios con sus dedos y citó a Consuelo a unos metros de nosotros. No sé que se dirían, el caso es que volvieron, y tomando algunas precauciones, una de ellas dijo:

-Escuchad. Salid disimuladamente a la puerta mientras yo distraigo al gorila y ella hace lo mismo con el barman. Una vez fuera, corred a la carretera y no paréis a menos que oigáis o veáis un coche, en cuyo caso, os tiráis a la cuneta hasta que se aleje. ¡Por Dios, que nos os cojan!

Y así terminó todo. Sin una despedida acorde al protocolo que merecían aquellas damas, y con un sabor agridulce en las entrañas. ¡A cuántos babosos tendrían que aguantar para cambiar de color la cuenta que nosotros les dejamos! ¡Cuántos insultos, desprecios y golpes de sus chulos…! ¡Y Cómo compensar aquel despilfarro de ternura…!

 

Luego vino el pánico a que nos descubrieran y se supiera todo. Aunque no teníamos conciencia de haber deseado mal a nadie, el juzgador no aplicaría la eximente de “estado de ingenuidad e inocencia transitoria”, ni la atenuante de “belleza” con que se produjeron los hechos. Seríamos considerados reos de escandalosa conducta y sancionados con la expulsión inmediata y la consiguiente pérdida de la beca. Así que concentramos las pocas fuerzas que nos quedaban en que no nos cogieran los mafiosos ni se supiera en la Uni lo ocurrido. Lo primero lo conseguimos a base de carreras y “cuerpo a tierra” en las cunetas. Lo segundo, escalando por el techo del pasillo central al del primer piso del colegio para meternos en la cama sin despertar a nadie. La luna se había aliado con nosotros ocultándose antes de tiempo aquella noche, y el bochorno en el ambiente hizo que alguien dejara abierta la ventana que nos permitió el acceso. La aurora estaba a punto de llegar, yo me tapé la cabeza con la sábana y me encomendé a la justicia divina. Muy pronto, y sin haber pegado ojo, Adamo volvió a repetir aquella canción para despertar al personal

Era una linda flor

Nos levantamos imitando la rutina de cada mañana y todo transcurrió sin sobresaltos. El acuerdo tácito al que Luis y yo llegamos de no hablar de lo ocurrido se cumplió a rajatabla, y como no le pusimos plazo, su recuerdo fue pasando con el tiempo a ese lugar de la memoria donde también moran los sueños, sin que viera la luz ni fuera compartido nunca.

Pero transcurridos casi cincuenta años de aquella noche de magia y de bohemia, hoy he sentido el impulso incontrolable de vestirme la piel de aquel adolescente para ordenarlos y contarlos por primera vez, en un acto de homenaje a las dos damas de la noche que una vez hicieron temblar de emoción a dos insignificantes laborales.

 

FILOMENO

 

NOTA DEL AUTOR: Al pedir el consentimiento de Luis para que este relato sea publicado, recibo un correo del mismo autorizándolo y pidiendo la inclusión de la siguiente

NOTA ACLARATORIA: Yo, Luís, doy fe de que los hechos que aquí se narran, una vez hecha abstracción de las imágenes, metáforas y demás licencias estéticas con que se adornan, sucedieron tal y como quedan contados. Ah, ¡la rubia estaba buenísima!

LUIS I. H.

 

AGRADECIMIENTOS a Sabina, Juan Ramón, Violeta Parra, A. Machado, Lorca, Serrat, Gerardo Diego, León Felipe, Espronceda, Adamo, Jacques Brel, Lucho Gatica y Mario Benedetti por prestarme sus versos para ilustrar algunos pasajes de este cuento.

Escrito por Romualdo Estévez Cabello el 26/02/2015 a las 10:10

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Comentarios (2)

  • 05-03-2015 a las 14:09 #1

    Francisco

    Muñoz de Leyva

    foto de Francisco Muñoz de Leyva

    Extracto del correo que me ha enviado Brígido Sanchez el 04 de marzo de 2015
    Asunto: Re: Reseña sobre Luis Ingelmo

    Hola Paco, soy Brígido y quisiera decirte en primer lugar que aunque habitualmente no contesto a tus correos estoy encantado y agradecidísimo de recibirlos …. me impide tener el necesario sosiego para deleitarme con las noticias y el recuerdo del pasado que representa la comunicación con mis amigos en general, aunque estas no siempre sean agradables , como es el caso de los fallecimientos.

    En segundo lugar decirte que he seguido tu consejo sobre la lectura del escrito de Romualdo y verdaderamente me ha impresionado. Hacía tiempo que no leía un relato de hechos del pasado, tan elegante y a la vez descriptivo, tan bien tratados los temas y con tanta delicadeza, y ese sabor tan nostálgico que te deja después de su lectura.
    Desgraciadamente ……, no le pongo cara a Romualdo pero eso es lo de menos. Su forma ser y su personalidad que es lo que importa queda suficientemente reflejada. Si tienes ocasión le das la enhorabuena de mi parte.
    ……..
    Recibe un fuerte abrazo
    Brígido
  • 26-02-2015 a las 20:11 #2

    Francisco

    Muñoz de Leyva

    foto de Francisco Muñoz de Leyva

    Romualdo un escrito estupendo, buen homenaje a nuestro querido Luis. Una aventura increíble con unos riesgos extraordinarios, fruto ,como dices, de las circunstancias. Amigo como se nota que estabas mas dotado para la literatura que la Ingeniería, aunque no dudo que te hubieras manejado bien en esta última.
    Una delicia de relato, que nos transporta a años y circunstancias inolvidables. Enhorabuena