Encuentros de Laborales
UNA PELICULA PARA EL CONFINAMIENTO DEL COVID 19
(Homenaje póstumo a mi amigo Carlos)

Hubo otro tiempo en el que también había confinamientos. Como el que tenía lugar en la finca “Rabanales”, a diez kms de La Mezquita. Confinamiento (más o menos voluntario) de miles de muchachos entre los que estabas tú y estaba yo. Confinamiento al que debo mucho de lo que he sido y de lo que soy en la vida. Tenía un nombre: Universidad Laboral de Córdoba.

Había momentos buenos, muy buenos; y había momentos malos. Por ejemplo, el domingo por la mañana volaba entre competiciones deportivas y pruebas de atletismo. Pero al llegar la tarde, cuando los autobuses se llenaban de amigos que se iban a Córdoba, la desolación invadía todos los rincones. Era el momento de refugiarse en el cine, “de vivir otras vidas, de ponerme otros nombres, de colarme en el traje y la piel de todos los hombres que nunca seré”.

Hoy me siento como en una de aquellas tardes de domingo, así que me voy al cine. Te invito. Ponte cómodo, pero nada de palomitas; al cine se va a ver cine. Es más, el cine sólo es cine en el cine. La película cuenta una historia de “cuando era más joven”.

Aparece el título: “Una pincelada de orgullo y dignidad”. Las primeras imágenes muestran un paisaje propio de la estepa castellana, un desierto entre una ciudad medieval y una sierra con restos blancos del invierno. Un rótulo nos aclara que la acción transcurre 54 años atrás. Suena la banda sonora. Dale al “play”:



(Esta película está basada en hechos reales)

Verano del 67. Campamento de milicias “El Robledo” (Valsain), a tres kms de La Granja de S. Ildefonso y a nueve del acueducto de Segovia.
La batería 42 de artillería antiaérea desfila bajo el duro sol del mediodía por la fatigada arena de El Llano Amarillo. Al mando, el temido capitán “Masleva”. El soldado Carlos Melgosa cierra la formación portando el banderín del regimiento. El paso vivo, seguro y unánime del batallón satisface al instructor.

-¡Media vuelta… Ar!

El pelotón hace un giro perfecto, Carlos se convierte en guía y conduce al grupo hacia el Cristo imponente  que hay clavado al pie de una insignificante colina. El capitán no disimula una sonrisa y vuelve a la carga:

-¡Media vuelta… Ar!

Esta vez giran todos menos Carlos, que se aleja de ellos con paso y braceo al ritmo que ondea su banderín.

-¡Señor Melgooosaaaa!

El oficial se desespera. Ordena media vuelta y paso ligero para capturar al “desertor”. Lo alcanzan.

-¡Aaaaltooo, ar!

El jefe pone firme al soldado y lo increpa sin piedad mientras la tropa se descojona. Carlos aguanta el tipo cabeza alta y en desafiante silencio; impasible a los excesos del superior y a los balidos del rebaño.
La escena sugiere una reflexión: el actor de menor talla (física) es el que está a mayor altura (moral).
El oficial intuye que no va a doblegar a este soldado y opta por un atajo fácil:

-¡Preséntese en Prevención y considérese arrestado hasta nueva orden!


Cae la tarde en la rutina del campamento. Unos se asean, otros escriben cartas, muchos se empadronan en la cantina… La tímida brisa de la sierra se disuelve en el valle sin refrescar el aire.   En el ambiente de la batería 42 flota una raro gusto a duda, a complicidad. ¿Qué ha sido de Carlos? ¿Es justa esta sanción? ¿Es proporcionada? Nadie responde, pero ahora nadie se burla.
De la tienda nº 3 sale un soldado perfectamente uniformado y decidido. Con paso cierto y contundente se dirige a la residencia de oficiales. Un asistente le sale al paso:

-Aquí no puedes entrar.

-Por favor, avisa al capitán de la batería 42, es urgente.
El oficial lo recibe de mala gana pero lo escucha.

-Mi capitán. El soldado Carlos Melgosa perdió su oído derecho por una administración excesiva de antibióticos cuando era niño.

Un severo silencio se prolonga sin control ni medida. Silencio que por fin rompe una llamada telefónica al oficial de Prevención:

-Soy el capitán de la 42. Envíe inmediatamente a mi despacho al soldado Melgosa.

Aparece nuestro protagonista entrando a la sala de oficiales.

-A sus órdenes, mi capitán. ¿Da Vd. su permiso?

-Pase

La luz precaria de la sala maquilla las ojeras y el decadente uniforme del soldado que entra en actitud serena, altiva y confiada. Incluso esboza media sonrisa al comprobar la presencia del amigo. “Tenías que ser tú”, murmura con los ojos.

-Sr. Melgosa. ¿Tiene usted algo que alegar?

-Nada, mi capitán.

-¿No tiene ninguna explicación que justifique lo ocurrido?

Hay un silencio que dura lo justo para poner en orden los hilos de un recuerdo.

-Mi capitán, el miércoles pasado a las dos de la madrugada hubo toque de generala. A los diez minutos iniciamos una marcha hacia la ladera norte de la sierra de la mujer muerta. Cuarenta kms de oscura y complicada travesía.

-Continúe.

-Como íbamos en “paso a discreción” caminé cerca de Vd. varios tramos. Pude notar la lucha que libraba por esconder en la noche su cojera y el dolor que le producía, sin permitirse una queja ni compartir su miseria.

El capitán estalla al sospechar la publicidad de sus crisis de “gota”.

-¡No estamos hablando de mí, sino de Vd.

-Precisamente, mi capitán. Yo también quiero gestionar a mi manera lo que a mí me ha tocado.

Un silencio imponente retumba en todo el campamento.





Silencio que por fin rompe el capitán:

-Está bien. No necesito nada más para resolver este tema. Debo sancionarlos y voy a sancionarlos. A usted Sr. Melgosa por desobediencia; y a usted Estévez, por revelar información confidencial.
Mi sanción es esta: Al toque de fagina no irán ustedes a cenar sino a prevención.  El alférez Murcia los estará esperando para que lo acompañen a La Granja en misión de escolta. Mientras él resuelve un asunto personal lo esperan en el Bar La Golondrina de la calle Infantes. El tabernero se llama Eduardo. Díganle que van de mi parte y hagan lo que él disponga.
Ah, y otra cosa: esto es secreto de estado. ¿Entendido?

-Sí, mi capitán.
-Sí, mi capitán.

Desde este momento hasta la barra del bar se impone un silencio querido por los dos. Eduardo no tarda en socorrerlos con dos jarras de cerveza y una ración de cochinillo a juego, que ambos aceptan con gratitud y gula.

El silencio a dos voces dura ya demasiado. Sin acuerdo previo levantan las jarras, estalla un brindis en el caos tranquilo de la barra y se funden en un largo y estrecho abrazo mientras irrumpe el alférez Murcia por la puerta.

-¡Eh, vosotros, dejaos de mariconadas y convidadme a una cerveza! ¡Y qué coño, dadme a mi otro abrazo, que vengo contento! (una minúscula mancha de carmín en la comisura de sus labios delata la causa de su euforia)

La secuencia continua entre copas, risas y excesos perdonables. Para qué más detalles. Fuera, el crepúsculo se ha apagado y se ha encendido la noche.

Un pequeño Jeep del ejército de tierra repleto de gozo y amistad se va haciendo cada vez más diminuto camino de lo que antes fue el horizonte, mientras vuelve a sonar una canción que Sabina escribirá dieciocho años más tarde… 







FIN


NOTA: Dicen que los secretos de estado tienen que mantenerse como mínimo durante cincuenta años. ¡Ganas tenía yo de desvelar éste!

OTRA MÁS: Siento no recordar el nombre del capitán y me arrepiento de haber utilizado (una sola vez) el apodo de desprecio que le puso un soldado anónimo, mediocre, cobarde y resentido que no tenía ni puta idea de lo que es el ejército.

Abril de 2020. Confinado en casa. A diez días del fallecimiento de Carlos por coronavirus.

Romualdo.

Escrito por Romualdo Estévez Cabello el 14/04/2020 a las 04:36

El ratón sobre la foto detiene la transición.
 

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Comentarios (1)

  • 04-05-2020 a las 16:04 #1

    Francisco

    Cervantes Gil

    Amigo Romualdo:
    Ante todo mi pesar por la muerte de Carlos, amigo tuyo y de todos. Que descanse en paz allá donde haya ido. Después, felicitarte por narrar un episodio de gran camaradería y nostalgia, de esos que cuestan ver los renglones si no enjugas antes las lágrimas, de unos tiempos que ya no volverán, pero que permanecen indelebles en la memoria. La de viajes al pasado que has y hemos hecho durante todos todos estos años que han tenido que transcurrir hasta poder revelar ese 'Secreto de Estado', revisionandocon fruición los dorados años de nuestra vida.
    Un abrazo, amigo.
    Paco Cervantes.